juanmanuelsanchezmoreno
  Mi pequeña gran historia
 

El cielo se hallaba cubierto de nubes grises y tristes, que hacían que el mar pareciera aquel lugar del que tanto le habían hablado. La noche estaba cercana, y soplaba una suave brisa que provocaba una expresión de placer en su rostro. El oleaje era fuerte, y sus ojos quedaron fijos en aquella hermosa mujer que valientemente enfrentaba a la naturaleza bañándose en tan agitadas aguas.

 

Sus cabellos eran cortos y de color tierra, y sus azules ojos eran un fiel reflejo de la gran  belleza interior que su alma portaba. Era alta y esbelta, de bello cuerpo y precioso rostro, además de llevar consigo el porte de una princesa.

 

Pasó mucho tiempo observándola, y pronto vio que el corazón de tan noble mujer estaba ya ocupado por otro hombre, lo que provocó sin duda una gran tristeza en su interior. Una tristeza dolorosa y mortal, que hizo temblar sus cimientos. Y que le llevaría al que irremediablemente era su destino.

 

Era un día soleado pero frío, en el que el aire se movía rápido y fuerte, agitando los cabellos de los reunidos en el lugar. Todos jóvenes de entre dieciocho y veinte años, estudiantes en su mayoría, que se disponían a realizar un largo viaje. Y si nos encontráramos en la época adecuada, quizás los participantes en dicho viaje se podrían resumir de esta forma: Caballeros, doncellas, siervos y bufones, además de un solitario misterioso y extraño inclasificable en cualquier época.

 

Cuando el autobús se puso en marcha, la alegría reinaba entre los viajeros. La hora de salida era la prevista, y las ansias por llegar ya habían comenzado. Pero al pasar las primeras horas, la mayoría quedó dormida o en silencio.

 

Al despertar, la niebla había ocupado el paisaje. La humedad del exterior atravesaba el autobús, creando tensión entre los ocupantes. Y el conductor, nervioso y cansado, no divisó la señal de peligro.

 

La caída fue rápida. Apenas el vehículo salió de la carretera, llegó hasta aquel desconocido lugar.

 

Solo quedaron siete supervivientes. Cuatro doncellas, un guerrero, la princesa y el joven extraño. Se hallaron de pronto en un indescriptible lugar de sombras y oscuridad. El miedo se apoderó de ellos, y estuvieron largo rato sin apenas reaccionar.

 

Pasado el tiempo, el guerrero se erigió en líder del grupo y se encaminaron hacia la carretera. La pendiente era difícil de salvar, y tuvieron que parar a mitad de camino. Desde allí, una de las doncellas observó que había una cueva, y decidieron adentrarse en ella para resguardarse del frío, aprovechando para conocerse y hablar sobre sus vidas.

 

El guerrero respondía al nombre de Sergio; las doncellas eran Silvia, Vicky, Lilian y Mar; la princesa se llamaba Lydia y el solitario no articuló palabra alguna, por lo que decidieron que le llamarían de esa forma.

 

Al día siguiente, por la mañana, tras una de las tormentas más fuertes que recordaban, decidieron ir a buscar ayuda, pero al organizarse para ello, se dieron cuenta de que el solitario no estaba. Lo buscaron llamándole por los alrededores, pero no lograron encontrarlo.

 

Fue el guerrero el que decidió enfrentarse al peligro de lo desconocido. Salió de la cueva en dirección a la carretera, trepando por la dificultosa pendiente. Aunque la niebla se había disipado un poco, aún era imposible llegar a ver la carretera, lo que le añadía aún más dificultad a la subida.

 

Mientras, en la cueva, la princesa se hallaba callada y encogida en un rincón. Y las doncellas, a excepción de Vicky, se quedaron dormidas de nuevo. Aprovechándolo, Lydia le preguntó sobre su vida.

 

“Tengo dieciocho años, y estudio peluquería y estética en el instituto de la costa. Vivo con mi padre, porque mi madre nos abandonó cuando nací, ya que decía que yo era la culpable de su obesidad, y no podía soportar el hecho de no poder tener un cuerpo 10”.

 

“Yo tengo diecinueve años, y estudio biología marina en la universidad del pueblo. Vivo con mis padres en una pequeña casa de las afueras, y apenas tengo tiempo para nada. En cuanto salgo de estudiar, tengo que ayudar a mi madre con la comida y la casa, y después he de ir con mi padre al huerto. Por la noche, ayudo a mis padres con el pan, y si tengo suerte después me pongo a estudiar. Si no, me voy a dormir, levantándome tres horas después para recomenzar todo otra vez”.

 

Ambas compenetraron enseguida. Estuvieron hablando horas y horas, hasta que de pronto vieron entrar al solitario con algo de comida.

 

“Es un conejo”-dijo.

 

Y se apartó a un rincón en el que quedó dormido ante la atónita mirada de ambas jóvenes.

 

Cuando despertó, todos los ojos estaban puestos en él. Sergio acababa de volver, y no había encontrado la carretera. Además, se encontraba herido, puesto que había caído al intentar saltar de una roca a otra en el camino. Silvia se encontraba curándole las heridas con un pañuelo, y en su mente, como en la de los otros, rondaban muchas dudas acerca del extraño joven.

 

“Dinos quien eres y de donde has sacado ese conejo”- dijo Sergio- “háblanos sobre ti o yo mismo te haré hablar”.

 

El solitario sonrió, mirando hacia el suelo, y después clavó su mirada en los ojos del guerrero, provocando el enfado de éste, que al sentirse desafiado estalló en cólera y fue a por él. Pero al intentar alcanzarle, el extraño joven se escabulló y salió corriendo de la cueva en dirección al bosque.

 

Llegó la noche y los jóvenes estaban cada vez más asustados. La hora de llegada a su destino ya había pasado, y pensaban que debían estar ya buscándoles, cosa que les asustaba aún más al no haber siquiera oído a nadie por allí cerca. El guerrero dijo que no se preocuparan, que al día siguiente les encontrarían los equipos de rescate, porque había escuchado un helicóptero al buscar la carretera.

 

“Jejeje...”- se escucho de pronto- “¿Un helicóptero?”

 Los gritos inundaron la cueva. Las sombras se cernieron sobre los jóvenes. Y el solitario atravesó el umbral de la entrada vestido de negro y ensangrentado con un ciervo sobre los hombros.

 

“Tomad, comed.”-dijo- “no vendrá ningún helicóptero”.

 

“¿Qué haces tu aquí?”-preguntó el guerrero- “¿Cómo te atreves a volver?”

 

“Jejeje...”- rió de nuevo- He vuelto porque vosotros no tenéis ni idea de donde estáis, os halláis aterrados y queréis volver a casa. Además, algo habréis de comer, ¿no?”

 

Sergio montó de nuevo en cólera y atacó al solitario, esquivando éste todos y cada uno de los golpes. Cuando, cansado, el guerrero paró, el solitario aprovechó para darle un solo golpe en el pecho que consiguió tumbarle.

 

“Así que además de solitario eres experto en buscarte enemigos, ¿no?”-dijo Lilian-“¿Se puede saber que haces?-preguntó-.

 

La respuesta fue breve: “Salvaros la vida”.

 

Tras ello, el solitario marchó de nuevo.

 

Pasó el tiempo; días y noches. Y el solitario no volvió a aparecer. Los jóvenes tenían cada vez más hambre y frío, y el miedo y la desesperación crecían en su interior. Hasta que un día, divisaron un ciervo muerto al pie de la pendiente.

 

“Yo bajaré a cogerlo”- dijo el guerrero- “Hoy comeremos bien”.

 

Con mucho cuidado, inició el descenso, y las jóvenes lo observaban desde arriba. Pero de repente, una espesa niebla cubrió todo, y tuvieron que volver adentro a esperar.

 

Llegó la noche y Sergio aún no había regresado. Las cinco muchachas lloraban desesperadas, apiñadas en un pequeño rincón de la cueva. Pronto cayeron dormidas, cansadas y escasas de fuerzas.

 

Al amanecer, una bandeja repleta de frutos y un cubo de agua se hallaban en la entrada de la cueva. Al verlo, todas corrieron enloquecidas a comer, y en pocos segundos acabaron con ellas.

 

“Sergio lo ha conseguido”- dijo Silvia- “¡Nos ha traído comida y además ha vuelto a pedir ayuda!”

 

Las jóvenes fueron invadidas por la alegría. Al fin habían podido comer algo, y estaban convencidas de que pronto el guerrero volvería con alguien que les salvaría. Pero de nuevo, pasaron los días, y nadie acudía. Solo que ahora todos los días tenían en la entrada de la cueva algo para comer.

 

Una noche, Lydia, intrigada, quedó despierta para averiguar lo que pasaba. Era todo demasiado extraño, y algo en su interior le decía que no podía ser bueno.

 

Cuando le vio, supo enseguida que era él. Iba tan solo con un pantalón, descalzo y sin camiseta, y se hallaba empapado, portando en sus hombros un ciervo y un conejo en cada mano.

 

“¿Hablarás si te pregunto?- dijo Lydia- “no entiendo porque haces esto”.

 

“No todo en este mundo se puede entender”-contestó el solitario- “El sustento mismo de la vida es un misterio”

 

En ese momento una lágrima cayó por el rostro de la princesa, y acercándose al solitario, le miró fijamente a los ojos.

 

“Tienes unos ojos muy bonitos”- dijo- “Lástima que nunca los vayas a poder compartir con nadie”

 

Dicho esto se dio la vuelta, sentándose a llorar en uno de los rincones de la cueva. El solitario, observándola, se acercó a ella un momento, le tendió la mano y le dijo:

 

“¿En verdad deseas comprender porque estoy aquí?”

 

“Si”-contestó ella- Si lo deseo.

 

“Pues resistir tan solo dos noches más, y te prometo que a la tercera os liberaré”-dijo el joven. Ahora es cuando viene lo más difícil.

 

A la mañana siguiente, el esqueleto del guerrero apareció en la cueva. Al verlo, los gritos no dejaron de sonar, y pasó un buen rato hasta que las jóvenes pudieron tranquilizarse. Las lágrimas derramadas bien podrían haber llenado todo un barreño, y la desconfianza inundó el lugar.

 

“¿Qué es lo que a pasado?”- preguntó Silvia- “¿Por qué ocurre esto ahora?.

 

Pronto las acusaciones y las disputas surgieron, y a partir de entonces estuvieron frías y distantes. Todas se acusaban mutuamente de haberle matado, y durante la noche ninguna durmió como antes.

 

Por la mañana, no había comida, ni agua, ni nada que pudiera saciar sus estómagos. Eso las irritó aún más, e hizo crecer la desconfianza, pues significaba que alguna de ellas había estado alimentándolas con carne humana.

 

Lydia no daba crédito a lo que veía. La noche en que había quedado despierta, sus ojos fueron testigos de que lo que el solitario había llevado era un ciervo, y no entendía lo que ocurría. Sin embargo, había sido avisada que lo peor estaba por llegar, y prefirió mantenerse callada.

 

Al día siguiente pasó lo mismo. Y llegada la noche, decidieron hacer un fuego en la cueva. Pero en ese momento, algo se oyó en el exterior, y Lydia salió.

 

“Solo tendrás una oportunidad-dijo el solitario- Ahora es el momento. Ven conmigo.”

 

“¿Pero y las demás?”-preguntó ella- “¿Por qué pasa todo esto, y por que te comportas así?”

 

“Porque yo perdí mi oportunidad”-contestó- “Y ahora ya es demasiado tarde para arrepentirme”.

 

La bajada fue lenta y dificultosa, ya que las rocas estaban muy resbaladizas y debían tener cuidado. Al llegar al pie de la pendiente, comenzaron a correr hacia el interior del bosque, cayendo Lydia varias veces. De pronto, llegaron a un acantilado, desde donde se podía divisar un mar embravecido, que chocaba violentamente contra las rocas. El solitario cogió a la princesa de la mano, y le dijo:

 

“Como te dije, solo tienes una oportunidad. Y yo ya perdí la mía. Te prometo que si confías en mi, al despertar te hallarás sana y salva”

 

Lentamente, con los ojos cerrados, la princesa fue escuchando lo que aquel extraño joven le susurraba al oído. Y poco a poco, las lágrimas inundaron su rostro. Vicky, Lilian, Silvia, Mar, Sergio... todos pasaron por su cabeza, pues también perdieron su oportunidad. Y poco a poco fue comprendiendo todo. Sergio al caer por la pendiente; las doncellas por el fuego que inundaría la cueva. Y ella, solo tenía esa oportunidad.

 

“¿Y por qué me ayudas?”- preguntó Lydia.

 

El solitario, con una sonrisa, respondió: “Se hace tarde. Debes marchar”

 

Aproximándose al borde del acantilado, vio que el cielo se hallaba cubierto de nubes, que impedían ver las estrellas. LA niebla comenzaba a acercarse, y tras desear suerte al joven solitario y darle las gracias, dio el ultimo paso del camino.

 

Al despertar, no había nadie en la habitación. Se levanto poco a poco de la cama, y salió al pasillo. Se acercó a un mostrador, y vio en un periódico la noticia sobre el accidente:

 

CINCO JÓVENES MUEREN AL CAER POR UN BARRANCO EL AUTOBÚS EN EL QUE VIAJABAN.

 

“¿Cinco?”- se preguntó Lydia-“¿Y el solitario?”

 

Abrió el periódico buscando señales de él, pero no aparecía por ningún sitio. Cuando lo terminó, se quedo sin respuesta alguna.

 

Pasaron los días, y cuando volvió a casa, decidió salir con su novio para ir a la playa que tanto le gustaba. Quedó  con él en el acantilado, donde le sorprendió ver una pequeña flor.

 

“La plantó ahí el hermano pequeño del chico”- dijo su novio- “piensa que así algún día volverá, y por eso no la tiró al mar”.

 

Ambos se dieron un fuerte abrazo y un apasionado beso de reencuentro. Al fin podían disfrutar juntos de nuevo, y la alegría inundaba sus corazones.

 

“¿Qué chico?”- preguntó Lydia, intrigada- “¿Es que han surgido nuevas leyendas en mi ausencia?”

 

“El chico que se suicidó la noche antes de tu viaje”-dijo el novio- “uno que al parecer se lanzó al mar desde aquí”

 

Bajaron hasta la playa, donde se quedaron observando el mar, hasta que Lydia se decidió a sumergirse en sus aguas. Y justo en el momento de hacerlo, sintió que alguien la observaba desde aquel acantilado. Y cuando miró, recordando todas las tardes en el mar, al fin lo comprendió.

 

 

Juan Manuel Sánchez

7/12/04

Almería

 

 
 
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